El primer paso fue con miedo… y sin billete de vuelta

Por Silvia Gago.

Mi historia con los viajes en solitario comenzó en enero de 2024, aunque no por gusto propio. Teníamos todo planeado para conocer Omán, un itinerario medido al detalle, como solía hacer yo, pero un problema con la documentación de mi acompañante impedía que él saliera de Emiratos Árabes. Decidí pasar una noche en Abu Dabi mientras pensábamos que hacer. Tenía unas ganas inmensas de conocer la joya escondida de Oriente Medio, pero hacerlo sola era una idea que me inquietaba. Además, yo era de las que necesitaba tener todo bajo control, y esto no estaba en el guion.

A la mañana siguiente, me subí sola a un vuelo rumbo a Mascate. No porque estuviera lista, sino porque de lo contrario, me quedaría con ganas de hacer ese viaje que tanto me apetecía. Durante las primeras horas en la ciudad me sentía desubicada, como si todo lo que me rodeaba hablara un idioma distinto al mío, y no me refiero solo al árabe. Por aquel momento era una persona muy tímida, y en el fondo eso era lo que más me frenaba.

Pero algo cambió. En seguida comencé a relacionarme con la población local, incluso más que de costumbre. Gente que me ofrecía planes, me invitaba a sus casas o me compartía un té como si ya me conociera. En vez de decir “no, gracias”, dije “sí”. Y cada “sí” fue una buena decisión.

Recuerdo conocer a Khalid mi segundo día en Mascate cuando fui a hacer snorkel a las Islas Daymaniyat. Él era el guía y capitán del barco y cuando termino nuestra excursión se ofreció a llevarme de vuelta al hotel para que no tuviera que pagar un taxi. Me invitó a pasar la tarde juntos, a enseñarme su pueblo, buscar alguna playa donde poder ver la bioluminiscencia e incluso salir a navegar con su barco. En cualquier ocasión seguramente habría dicho que no porque preferiría estar sola antes que con un desconocido, en cambio, acepte, y fue el primer momento de muchos donde dejaría mi vergüenza a un lado y conocería a gente maravillosa.

Durante los días siguientes tuve más encuentros como ese. Y con cada persona que conocía, me sentía más ligera. Más capaz. Más feliz. Guardo Omán con un cariño especial porque se convirtió en el punto de partida de una nueva mentalidad. Comprendí que no podía seguir perdiéndome el mundo por miedo.

Desde entonces digo que soy “la cagona más valiente”. Porque sigo teniendo miedo, pero he aprendido a no dejar que me frene. Meses después volví a lanzarme, esta vez durante más de un mes por Indonesia. Recorrí Java, Sumatra, Komodo y Mentawai. Buceé por primera vez. Me saqué el título de Open Water y superé mi miedo al mar. Ahora he nadado con tiburones, móbulas, tortugas, leones marinos y bancos de peces que no dejan pasar la luz del sol. Descubrí que el mundo submarino es otro planeta… y me fascinó.

En las islas Mentawai me adentré durante varios días en la selva para convivir con una comunidad indígena. Estaba incomunicada, dormía sobre tablas de madera y comía alimentos que ni reconocía. Anteriormente habría entrado en pánico, ahora estaba nerviosa, sí, pero también curiosa. Y en ese desajuste, en lo incómodo, en lo que no entiendes del todo, en lo que te obliga a mirar de nuevo, encontré la belleza del viaje.

Después llegaron Senegal, Colombia y México. Y en cada destino, un nuevo reto. Uno físico, otro emocional. Uno pequeño, otro radical.

A veces me preguntan si no tengo miedo. Siempre contesto lo mismo: claro que sí. Pero ahora prefiero hacer las cosas con miedo antes que no hacerlas. La Silvia de antes habría jurado que un salto en paracaídas o una araña del tamaño de su mano serían motivo suficiente para darse media vuelta. La de ahora ha saltado desde más de 4.000 metros de altura y ha aprendido que la mayoría de las cosas que temía, no eran para tanto.

Gracias al viaje, ya no busco tener todo bajo control, sino lo contrario: soltar, observar, dejarme sorprender. Y así, poco a poco, me acerco a lo que siempre soñé: recorrer el mundo no solo para verlo, sino para entenderlo.

Este artículo forma parte de las prácticas realizadas por los alumnos del Máster en Periodismo de Viajes y Máster en Periodismo Gastronómico de la School of Travel Journalism.

1 comentario en «El primer paso fue con miedo… y sin billete de vuelta»

  1. ¡Me ha encantado!
    Hace mucho leí en algún sitio, que las mejores cosas de la vida están al otro lado del miedo y este post es tal cual, salvo lo de las arañas que yo no hay forma de que lo supere 😉
    Enhorabuena Silvia, me ha emocionado.

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