Al estilo matrioska: el viaje que me enseñó a mirar desde adentro

Por Erika Villanueva.

Parece que el ‘bichito’ de los viajes me picó mucho antes de lo esperado. Todo comenzó en 2017 cuando por fin decidí emprender un viaje en solitario.

Mucho se hablaba en ese momento sobre Rusia, un país lleno de estereotipos, frío y a más de 10.900 kilómetros de distancia de mi país: Colombia. Sorpresa o no, muchos decidieron emprender el viaje para el Mundial de fútbol de 2018, pero para muchos otros el tiempo en la Rusia de Putin terminó cuando Francia levantó la copa, dejando en la cancha los sueños de los croatas tras vencerlos 4 a 2.

Pero ese no era mi caso, yo llegué tres meses antes. En medio de una de las heladas más fuertes, cuando se esperaba que se acabara el invierno, pero que parecía que no iba a terminar. Con nieve que me cubría las piernas, así me recibió un país que de a poco descubrí y del cual me enamoré.

La matrioska (Матрёшка), el ícono de una Rusia intima

Muchos reconocen esta muñeca, que lleva dentro más figuras pequeñas. Aunque su origen es japonés, Rusia la tomó como suya y ahora es reconocida a nivel mundial.

Cada una está hecha a mano y cuenta con detalles e historias de una sociedad viva. Desde imágenes de políticos, dibujos animados, pinturas populares, diseños de cerámica, animales, entre otros, esta muñeca anida mucho más en su interior, así como lo hace su gente.

La palabra ‘matrioshka’ significa ‘pequeña madre’, modo en el que pude sentir a muchas de las personas que conocí en mi viaje, que terminó dos años después – con la llegada de la pandemia por Covid 19 –. Y quienes han jugado con ellas saben que se inicia con una figura grande, de rasgos fuertes, lo suficientemente colorida pero no tanto. Pues así fue mi primera impresión de los rusos: gente que de principio es seria, fría y distante.

Pero con el paso de los meses y años esta percepción cambió, ya teniendo un poco más de conocimiento del idioma y pudiendo entablar una conversación con ellos, esa madre (мать) dejó ver en su interior la luz de una sociedad fuerte, sí, pero amable, servicial y con ganas de conocer el otro lado del mundo.

Y es que pareciera que entre Rusia y Colombia no hay nada en común, pero, al contrario, dos culturas tan lejanas comparten tradiciones comunes: el amor por la familia y compartir las costumbres con las nuevas generaciones.

Volviendo al verano del 2018, cuando Colombia participaba en el Mundial, tuve uno de los encuentros con ese ruso íntimo. Tras las celebraciones del 9 de mayo, donde las lágrimas y el recuerdo de los soldados caídos en la guerra me enternecieron, empezaron a renacer las sonrisas con los rayos de sol para llegar así a junio, mes en el que el fervor por el fútbol estuvo a flor de piel.

En Kazán, capital del deporte en Rusia, los colombianos se unieron en una sola voz con los rusos para disfrutar de la pasión del futbol y las tradiciones en torno a este. Allí, como las matrioskas, terminaron exponiendo su más intimo sentir, al culminar los días cantando abrazados a un extraño.

Este artículo forma parte de las prácticas realizadas por los alumnos del Máster en Periodismo de Viajes y Máster en Periodismo Gastronómico de la School of Travel Journalism.

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