Nada de lo que leí me preparó para esa noche en Jaisalmer

Por Patricia Xercavins.

Año 2010. Rebusco en mis recuerdos para situarme en esa azotea de la ciudad dorada de la India, en pleno mes de agosto en Jaisalmer, en la provincia de Rajastán, en una noche que tuvo un antes y un después en mí. Con veinticuatro años es la primera vez que me enfrento a un viaje mochilero donde nada está organizado y en el que vamos improvisando sobre la marcha con solo un billete de avión de ida y vuelta. Me acompaña mi pareja de aquel entonces y dos amigos, llevamos una semana en el país.

Todo pasa tan rápido y es tan diferente a nuestra realidad en Barcelona que es difícil de asimilar. La cantidad de estímulos que hay a mi alrededor desde el minuto en el que abro un ojo por la mañana hasta que los cierro es abrumadora. Olores, colores, ruidos, detalles arquitectónicos, voces, bocinas, dioses, alimentos, sabores… absolutamente todo.

Dando un paseo por la ciudad hemos caído por casualidad a última hora de la tarde en una tienda en la que me entretengo a hablar con la propietaria, una mujer joven con la que, sin darme cuenta, me quedo hasta la hora de cenar. Entre otros, me habla de la situación de la mujer en la India rural, de las castas y de la lucha que tiene con su familia por esperar a enamorarse para poder casarse. Lástima que se tiene que ir a atender a la familia, no podría interesarme más la conversación. Nos aconseja ir al restaurante de su hermano.


Llegamos y somos los únicos clientes de la noche. Ahí se encuentra el hermano de la chica y sus amigos,, inesperadamente el hermano, habla incluso español. La cena se transforma en una charla de horas, no me doy cuenta en el momento, pero es la primera vez que el tiempo parece detenerse desde que llegamos.


Hablamos un poco de todo. Nosotros tenemos muchas curiosidades sobre la zona, y ellos, sobre Europa. Hablamos de comida, paisaje, religión, relaciones de amistad y amorosas, machismo, familia, trabajo y estudios, castas, deporte y hasta de la homosexualidad. Atenta escucho como el chico se contradice un poco afirmando no creer en las castas, pero sí que a la vez acepta los privilegios que le da pertenecer a la casta de los Brahmanes y que, como tal, entiende mucho mejor la transexualidad que la homosexualidad. Nos hablan del tercer sexo y de las penas de cárcel que aún existen en el país. Las horas pasan muy rápido hasta que uno de los chicos nos dice muy serio tenéis que marchar ya a vuestro hotel, a estas horas, no es seguro pasear por la ciudad por los perros.


Un poco asustados nos levantamos y nos vamos, la oscuridad es absoluta. Rápido nos persigue un grupo de perros amenazantes ladrando, sin hablarlo entre nosotros, exteriormente mantenemos la calma.


Sabemos que correr aumenta las probabilidades de un ataque, por suerte estamos cerca y llegamos al hostal. La puerta está cerrada. Los perros cada vez están más enfadados, golpeamos con fuerza, y por suerte, alguien nos abre. Nos llevamos la última sorpresa del día: todas las zonas comunes del hostal incluida la azotea, están ocupadas por trabajadores durmiendo en el suelo. Los hemos despertado a todos y aun así están con una sonrisa preocupados porque no nos haya pasado nada. Nosotros, muertos de la vergüenza, nos disculpamos repetidas veces y les deseamos buenas noches.


Antes de llegar a India había leído, y creía que iba preparada para enfrentarme a las desigualdades, a la intensidad cultural, a la comida picante, la religión, cómo vestir para no incomodar, la arquitectura y los colores, pero nada me había preparado para el intercambio humano que he vivido esta noche. Continúo sin saber mucho de cómo funciona esta cultura y este país, sé que solo he añadido unas pinceladas a su forma de ver y vivir el mundo, pero me siento cercana y empática a todo lo que me rodea.

Ya no es solo aquel escenario para el que creía que me había preparado y que llevo unos días amando a la vez que un poco aturdida, sino que son personas, con inquietudes, dudas y alegrías similares a las mías, con quien compartir y aprender mutuamente. No tengo por qué ser solo una observadora.

 Este artículo forma parte de las prácticas realizadas por los alumnos del Máster en Periodismo de Viajes y Máster en Periodismo Gastronómico de la School of Travel Journalism.

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