Por Laia.
A quien sueña con contar el mundo,
<Me gustaría contarte que la primera vez que me senté a escribir una crónica de viajes sostenía un bolígrafo sin saber muy bien por dónde empezar. Sentía una mezcla entre la urgencia de contar algo y el miedo de no estar a la altura. Me prometí escribir con honestidad y no traicionar lo que sentía. Y, todavía hoy, ese sigue siendo el pacto.

Si has llegado hasta aquí, seguramente tengas muchas preguntas. Quizá te preguntes qué significa contar un lugar sin apropiártelo, o qué implica estar en un sitio y narrarlo desde tu propia mirada, consciente de que esta es también una elección. Aprender a estar sin invadir y observar sin convertirlo todo en contenido, puede ser parte de la respuesta. Es reconocer que no somos el centro, que hay historias que nos acogen pero no nos pertenecen, y que las palabras deben ser contadas con cautela.
Déjame contarte algo. Estos meses he descubierto que, a veces, una conversación en una estación de autobuses o el sonido de la lluvia al caer en el bosque dicen más de un lugar que cualquier lista de “imprescindibles”. Que el periodismo de viajes no está para alimentar ganas de escapar, sino para invitar a comprender, conectar y cuestionar.
En este momento estoy intentando aprender a valorar un periodismo de viajes más lento. Siempre he sido de las que llena un mapa de puntos y escribe “qué ver en un día”. Pero este año me ha enseñado a detenerme, a mirar con atención, a estar presente y a conectar no solo con lo que me deslumbra, sino también con lo que incomoda. Sueño con un periodismo que no solo celebre lo bello, sino que también se atreva a mirar lo invisible y lo incómodo. A contar historias que incomoden un poco. Practicar esto, de verdad, no es fácil. Yo sigo, y seguiré, trabajando en ello.
El turismo evoluciona, pero no siempre hacia donde quisiéramos. Aquí en Barcelona, una ciudad que amo profundamente, he sido testigo de cómo ciertos barrios se transforman, poco a poco, para adaptarse a quienes llegan a visitarla. A veces, eso implica que quienes vivimos aquí nos podamos sentir algo desplazados. No es fácil encontrar el equilibrio entre acoger y conservar lo que da sentido a un lugar. Y es precisamente ahí donde creo que nuestro oficio puede aportar algo. Una manera de mirar que no sea solo admirativa, sino también respetuosa, consciente y atenta. La naturaleza, incluso la que tenemos cerca, no debería convertirse en un simple decorado para el consumo rápido. Frente a eso, el periodismo de viajes no puede conformarse con inspirar. También debe incomodar cuando hace falta, y cuidar siempre. Porque tenemos la posibilidad y también la responsabilidad de hacernos preguntas que no aparecen en las guías turísticas.
Pero también hay señales de cambio. Proyectos que nacen desde lo local. Viajeros que quieren escuchar. Formas de recorrer más humildes. Narrar estos gestos también es parte de nuestra tarea. Porque, aunque no podamos cambiar el mundo con una crónica, sí podemos invitar a mirarlo de otra manera.
No te sientas mal si te cuesta escribir, si sientes que tu voz no es suficiente. A veces hace falta caminar. A veces, la mejor historia tarda días en dejarse contar. Y, a veces, la historia eres tú: dudando en la orilla y escuchando más que hablando. Y eso no es poco. En un mundo saturado de imágenes y titulares rápidos, elegir la pausa, la escucha, el detalle, puede ser un acto casi revolucionario. Puede que no siempre encontremos grandes historias, pero los pequeños gestos, una mirada cómplice, un silencio compartido, una sonrisa inesperada, también merecen ser contados.
Escribe con todos los sentidos. Detente en los gestos, en los olores, en los sabores. Habla con la gente, de verdad. No esperes tener todas las respuestas. A veces, bastará con una buena pregunta.
Con cariño desde esta etapa del camino,
Laia
Este artículo forma parte de las prácticas realizadas por los alumnos del Máster en Periodismo de Viajes y Máster en Periodismo Gastronómico de la School of Travel Journalism.