De los pies de la “Mamita” a la calle 13: la genuinidad del Carnaval de Oruro

Por Mario Lorenzo Quintanilla.

“A la calle 13 yo me voy, a la calle 13 a bailar La morenada; A la calle 13 yo me voy, a la calle 13 a bailar La morenada; La morenada en el carnaval, siempre alegres con la gran central, por la virgencita”

Para los orureños y, sobre todo, para los fraternos y danzantes del Carnaval de Oruro, la Calle 13 no es el conocido grupo musical de Puerto Rico, pese a que, muchos de ellos, seguramente, se identifiquen con la reivindicación de la diversidad lingüística, religiosa y cultural de su famoso tema “Latinoamérica”, especialmente en un país, Bolivia, que se define como “Estado plurinacional”, reconociendo que en su territorio conviven varias naciones originarias de antes de la colonización española.

En plena efervescencia del Carnaval, para fraternos y danzantes la Calle 13 significa “wasi”, el lugar donde recuperar fuerzas, compartir momentos de hermandad y celebrar, una vez se ha cumplido con la promesa de danzar por la “Mamita” del Socavón.

Para un visitante ávido de conocimiento profundo de todo lo que rodea al Carnaval, la Calle 13 es un espacio perfecto donde descubrir costumbres, degustar gastronomía callejera y muy probablemente “chismear” con locales. Siempre habrá alguien que, al avistar tu mirada curiosa entre los transeúntes, más si vas con cámara en mano, haga alarde de la hospitalidad orureña para invitarte a una “Huari”, porque, como reza el eslogan, “Una historia comienza con Huari”

Cada año, fuera y dentro del Carnaval, se tejen decenas de miles de historias y solo cada uno o cada una sabe lo que piensa por dentro. Para los danzantes, fraternos y devotos del Carnaval, los casi cuatro kilómetros de Peregrinación desde los primeros pasos devocionales en la avenida 6 de Agosto hasta el momento de postrarse ante los pies de la virgencita en su altar, representan un momento de conexión interior única. Pese al rugir del público, la algarabía de las impresionantes bandas de música y el ritmo frenético de las danzas, muchos danzantes confiesan sentir la soledad más absoluta bajo su máscara de moreno o diablo.


Quizá por eso, una vez finalizado su peregrinar, compartir lo vivido y sentido se convierta en una necesidad imperiosa. Y es que, en Oruro, la devoción y la fe que identifican a un carnaval religioso único en el mundo no están reñidas con la celebración festiva y la alegría con la que se viven estos días. Esa es precisamente la genuinidad del Carnaval de Oruro. Con el corazón ferviente por haber cumplido, un año más, con la promesa de bailar por la Virgen del Socavón, los danzantes solo tienen que recorrer unos cuantos metros para aterrizar en la Calle 13. Puede que estos últimos pasos sean los más difíciles del día, porque al cansancio se suman pies doloridos y alguna que otra herida. Pero, no importa, porque en la Calle 13 será momento de despojarse de ataduras, de librarse de máscaras, botines, pecheras y demás elementos de la indumentaria y buscar un hueco donde solo dedicarse a compartir, dejando que el reloj se detenga. Cierto es que, para algunos, el reloj detenido juega en su contra, porque pierden el control de las “Huari” que han cruzado su gaznate.

Al igual que los danzantes se despojan de todo lo que les oprime, en la Calle 13, el visitante curioso y observador precisa despojarse de prejuicios e ideas preconcebidas. Con esa mirada limpia y esa actitud fluida, además de poder degustar la rica comida callejera -entre la que se cuenta platos típicos como los anticuchos de corazón de vaca, el rostro de cordero asado, las humitas, el charquekan a base de carne de llama o el api con buñuelo o pastel-, también podrá compartir y saborear la genuinidad de las costumbres sociales de Bolivia.


Si no lo ha aprendido ya, se dará cuenta de que la Pachamama sigue muy presente en la cosmovisión boliviana, integrándose en las costumbres sociales. Ella es la primera con la que se comparte cada bebida a través del gesto de “ch’allar” -palabra que tiene su origen en las lenguas quechua y aymara y que significa rociar o regar-, con el que se invita al primer sorbo de la bebida a la Pachamama, echándolo al suelo y a modo de agradecimiento y buenos augurios. Fluir puede llevarte a que, como me pasó a mí, la letra de la canción se haga realidad y uno acabe yendo “a la calle 13 a bailar La morenada”.

Este artículo forma parte de las prácticas realizadas por los alumnos del Máster en Periodismo de Viajes y Máster en Periodismo Gastronómico de la School of Travel Journalism.

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