Por Ana Oubiña.
Queridos futuros periodistas gastronómicos:
Ojalá esta carta os llegue en un momento de búsqueda. Porque este oficio —el de narrar el gusto— nace precisamente de eso: del hambre de conocer, de entender y, sobre todo, de contar. No se trata solo de escribir sobre comida. Quien se quede en la superficie del plato se perderá el verdadero banquete que ofrece este mundo. El periodismo gastronómico es, por encima de todo, una forma de mirar el mundo a través de lo que comemos, de cómo lo cocinamos, de por qué lo compartimos.

Cuando empecé este camino, pensaba que bastaba con tener un paladar entrenado, con saber escribir bien o tener cierto carisma frente a una cámara. Pero pronto descubrí que este trabajo exige mucho más: exige contexto, compromiso, preguntas incómodas, sensibilidad y ética. Exige entender que detrás de un tomate hay una tierra, unas manos, una historia de cuidados. Que una receta no es solo una fórmula, sino una memoria familiar. Que un restaurante no es solo un negocio, sino muchas veces el sueño de alguien que cruzó océanos, fronteras o generaciones para llegar hasta allí.
Narrar la comida es narrar a las personas. Y eso conlleva una gran responsabilidad.
Es tentador dejarse llevar por la estética del plato perfecto, por la emoción de recibir invitaciones a restaurantes o por el algoritmo de las redes sociales. Pero cuidado: si solo te dedicas a fotografiar lo bonito, acabarás contando siempre lo mismo. Y lo mismo, en este mundo, se vuelve ruido. Nuestro rol va más allá de opinar si algo está rico o no. Estamos aquí para hacer preguntas: ¿De dónde viene esto? ¿Quién lo hizo? ¿A qué precio? ¿A costa de qué?
No tengas miedo de incomodar. Hay muchas formas de disfrutar un plato, pero también hay muchas formas de encubrir injusticias bajo una presentación bonita. Pregúntate siempre si estás siendo honesta o simplemente complaciente.
Con el tiempo, aprendí que la ética no es negociable. Si un restaurante te invita, dilo. Tu audiencia tiene derecho a saber en qué condiciones hiciste esa reseña. Si el producto no es de temporada, cuestiónalo. Si un plato es insostenible, explícalo. Y si una historia te emociona, cuéntala con respeto, sin apropiártela. Porque no todo lo que pruebas te pertenece. La voz del periodismo gastronómico debe ser un puente, no un altavoz de egos.
Te animo a caminar los mercados, a hablar con productores, a interesarte por la agricultura regenerativa, por la cocina tradicional que resiste, por los saberes de abuelas que no salen en Instagram. A veces, las mejores historias están en lo invisible. No te obsesiones con ir a donde van todos. Atrévete a mirar donde casi nadie está mirando.
Es un camino bonito, pero no fácil. Habrá días en los que sientas que nadie lee lo que escribes, que las marcas solo buscan influencers, que los algoritmos premian lo superficial. En esos momentos, vuelve a tu porqué. Recuerda por qué empezaste. Recuerda ese plato que te emocionó, ese productor que te enseñó algo que no sabías, esa conversación en la que entendiste que comer es mucho más que alimentarse: es pertenecer, es resistir, es amar.
Por último, un consejo: cuida tu propio gusto. No lo vendas ni lo moldees según lo que está de moda. Cultiva tu curiosidad, tu honestidad y tu sensibilidad como si fueran ingredientes de un plato que cocinas para alguien a quien quieres mucho. Porque, en el fondo, eso somos los periodistas del gusto: cocineros de palabras que buscan nutrir la mente y el alma de quienes nos leen.
Con gratitud y esperanza,
Una narradora del gusto en camino
Este artículo forma parte de las prácticas realizadas por los alumnos del Máster en Periodismo de Viajes y Máster en Periodismo Gastronómico de la School of Travel Journalism.