Carta a los futuros narradores del gusto

Por Giovanna Serrano.

A quienes están por escribir su primer artículo, grabar su primer podcast o entrar a una cocina ajena con una libreta en la mano: esta carta es para ustedes.

Narrar la comida es un acto profundamente humano. No se trata solo de hablar de sabores o recetas, ni de describir el último platillo que nos hizo cerrar los ojos al probarlo. Narrar la comida es hablar de personas, de paisajes, de silencios. Es contar historias que se cuecen a fuego lento: memorias heredadas, gestos que se repiten sin cuestionarse, ingredientes que cargan siglos de cultura, afecto o supervivencia.

Nuestro papel como periodistas no es adornar, sino comprender. No es idealizar, sino observar con atención. Contar historias de comida exige mirar más allá del plato y hacerse preguntas reales: ¿Quién sembró estos ingredientes?, ¿Quién los preparó?, ¿Qué significa este platillo para quienes lo cocinan?, ¿Qué se pierde si desaparece?, ¿Qué se transforma si lo volvemos tendencia?

Una línea muy delgada separa el homenaje de la apropiación. Por eso, mi primer consejo es este: acérquense con humildad. Pregunten antes de afirmar. Escuchen antes de escribir. No todo debe ser narrado desde nuestro punto de vista. A veces, el verdadero valor de nuestro trabajo está en saber retirarnos a tiempo, en dejar que las voces hablen por sí mismas, en reconocer que hay historias que nos han sido prestadas y que debemos cuidar con delicadeza.

Desde fuera, el periodismo gastronómico puede parecer superficial. Pero quienes lo vivimos desde adentro sabemos que puede abrir conversaciones urgentes: sobre justicia alimentaria, migración, género, territorio, salud, identidad. Porque lo que comemos está íntimamente conectado con cómo vivimos. Comer, aunque no siempre lo notemos, también es un acto político. Y elegir qué historia contar —y cómo— también lo es.

Cada palabra que usamos construye una imagen. Una descripción puede dignificar o reducir. Una foto puede visibilizar o distorsionar. Un titular puede educar o reforzar prejuicios. Incluso el silencio —aquello que decidimos no contar— también comunica. Por eso, les pido: cuiden sus palabras como si fueran ingredientes. Úsenlas con intención. Sazón en la emoción, sí, pero también en la ética.

Habrá momentos en los que duden de sí mismos. Textos que no encuentren salida, entrevistas que se cancelen, artículos que pasen desapercibidos. Pero si lo que están escribiendo nace del respeto, de la escucha y de la verdad, entonces ya están haciendo lo correcto. Porque este oficio no se mide por aplausos ni por métricas, sino por su capacidad de tocar, de despertar, de mover.

Y sí, habrá días en los que parezca difícil continuar. En los que el ruido, la prisa o la comparación con otros los hagan sentir pequeños. Pero sigan. Sean tercos cuando haga falta. Busquen espacios nuevos, colaboren, compartan. Recuerden que en lo colectivo siempre hay más fuerza que en la urgencia de destacar en solitario.

Cuando se pierdan —y se perderán, como nos pasa a todos—, regresen a lo simple: un plato sencillo, una cocina con alma, una conversación sin grabadora. Vuelvan a lo que los hizo enamorarse de esto. Y si pueden, escriban como si alguien fuera a recordar sus palabras dentro de muchos años.

Coman despacio. Escriban con calma. Duden de lo evidente. Sientan cada historia antes de ponerla en papel.

Porque narrar el gusto es mucho más que hablar de comida. Es una forma de mirar el mundo, de abrazar culturas, de proteger lo que nos alimenta. Ustedes, que hoy empiezan, tienen en sus manos la oportunidad de narrar con belleza, con compromiso y con corazón.

Con respeto, con esperanza, y con el deseo profundo de que sus voces sigan nutriendo este oficio.

Este artículo forma parte de las prácticas realizadas por los alumnos del Máster en Periodismo de Viajes y Máster en Periodismo Gastronómico de la School of Travel Journalism.

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