Por Carles Sancho.
El barro me llegaba hasta los tobillos. Resbalaba cada tres pasos, sudaba cada dos. Caminaba tras un jaguar que no quería caminar, con su musculoso cuerpo empapado y su enorme cabeza, también. Llovía a mares. Era mi segunda semana en Ambue Ari, en medio de la selva boliviana, y me preguntaba, por primera vez en años, si me había equivocado de camino.
Había llegado con la mochila cargada de certezas. Pensaba que tenía claro lo que era la conservación. Lo había estudiado, lo había defendido en discursos, lo había contado en artículos. Incluso había trabajado en proyectos similares en lugares como Zambia. Venía con la idea del periodista que viaja para observar, registrar y aprender. Pero la selva no tiene ningún interés en tus ideas. Aquí los jaguares no son símbolos. Son cuerpos calientes, pesados, impredecibles. Y tú, por muy periodista que seas, no eres más que otro animal en su territorio.

Ambue Ari no es el lugar donde uno espera transformarse. No hay ceremonias, ni epifanías, ni frases que lo cambien todo. Solo hay trabajo. Trabajo físico, sucio, repetitivo. Madrugar con los monos gritando, empaparte en humedad antes de desayunar, arrastrar las botas mojadas por senderos interminables. Y sin embargo, sin darte cuenta, algo por dentro empieza a soltarse. Como si la selva te pelara a mano, capa a capa.
Una mañana, mientras revisaba la instalación de un puma, me di cuenta de que no estaba escribiendo nada. No porque no pasaran cosas —pasaban demasiadas—, sino porque no sabía cómo contarlas. Me observaba desde fuera, bloqueado: ¿cómo narrar esto sin caer en tópicos o en mascotismos? ¿Cómo hablar de este lugar sin convertirlo en una postal? ¿Cómo escribir sobre ellos —los animales, los cuidadores, este mundo tan ajeno— sin ponerme a mí en el centro? Hasta entonces, mis viajes siempre habían seguido un ritmo claro: llegar, observar, entender, aprender. Aquí ese ritmo se rompía. No podía limitarme a mirar. Aquí los días se viven con el cuerpo. Aquí se llora sin testigos cuando un animal enferma, se ríe con barro hasta las rodillas, se aprende a aceptar los propios límites.
Mi libreta seguía en blanco, pero ya no me angustiaba. Estaba empezando a entender que ser periodista no siempre es mirar desde fuera. A veces es estar dentro, dejarse atravesar por lo que ocurre, ensuciarse en todos los sentidos. Recuerdo una noche. Llovía sin tregua, el generador se había apagado y nos quedamos a oscuras. Cenamos en silencio, rodeados por los sonidos de la selva. Alguien encendió una vela. Éramos doce, sentados en círculo, compartiendo arroz y ese tipo de calma que solo aparece cuando todo lo demás desaparece. No hablamos del trabajo, ni de los animales, ni del cansancio. Solo estuvimos allí, presentes. Como si eso fuera suficiente.
Fue entonces cuando lo comprendí: la transformación no siempre llega con ruido.
A veces se cuela en los gestos mínimos. En cómo te acercas a un jaguar sin miedo. En cómo aprendes a leer su mirada. En la paciencia que desarrollas al esperar horas bajo la lluvia a que un animal decida moverse. Cambias sin darte cuenta. Cambias porque ya no puede mirar igual.
Ahora, dos meses después, sigo en la selva. La humedad no cede, los días son largos, el cansancio se acumula como el barro en las botas. Pero algo dentro de mí se ha movido. Ya no tengo prisa por contar. El relato crece al ritmo de esta naturaleza que no se deja domesticar. Como la fruta que madura sin que nadie la mire. Como las huellas que se borran con la lluvia. Como los mosquitos, que parece que no se van nunca, pero poco a poco empiezan a menguar en número.
No sé qué historia escribiré cuando salga de aquí. Pero sé que no será la misma que habría escrito al llegar. Y eso, creo, ya lo cambia todo.
Este artículo forma parte de las prácticas realizadas por los alumnos del Máster en Periodismo de Viajes y Máster en Periodismo Gastronómico de la School of Travel Journalism.
Jaja, todo eso te paso en solo dos días? Ya que la verdad, solo estabas dos dias en el parque, no dos meses como sale aqui.
Es una gran mentira y eres un mentiroso.
Que pena que realmente no experimentaras lo que es la vivir y estar con los animales en la selva
Hola Felipe,
Gracias por tomarte el tiempo para leer el artículo y compartir tu comentario.
Desde la School of Travel Journalism, queremos recordarte que los textos que publicamos como parte de nuestros programas formativos tienen un componente narrativo que va más allá de la cronología literal de los hechos. El objetivo de estas prácticas no es hacer una crónica exacta día por día, sino transmitir la experiencia vivida, las reflexiones personales y el proceso de transformación que atraviesan nuestros estudiantes cuando se sumergen en contextos reales.
En este caso, el texto de Carles forma parte de un ejercicio de periodismo inmersivo. A través de sus palabras, intenta explorar no solo lo que vivió externamente, sino también lo que le ocurrió internamente como periodista en formación.
Valoramos y respetamos profundamente la labor de quienes trabajan en terreno con animales y entendemos que cada experiencia es única. Por eso, también animamos a nuestros estudiantes a escribir desde la honestidad emocional, sin renunciar al rigor ni a la integridad del oficio.
Agradecemos tu participación en el espacio de comentarios y te enviamos un cordial saludo,
Equipo editorial
School of Travel Journalism