Historias que se cruzan en el camino

Por Silvia Gago.

Escribo esto camino al lago Tequesquitengo. Dos horas de bus que me dan para pensar sobre estos últimos días sin clase, los cuales he pasado viajando sola de nuevo, esta vez por México. Tanto tiempo conmigo misma me ha servido para observar, para hacer retrospección y preguntarme muchas cosas.


¿Qué clase de periodista quiero ser? Sin duda, una que cuente historias. Pero no cualquier historia, las historias de las personas que me encuentro por el camino. Hay muchos relatos sobre ciudades, montañas, mercados, templos… cada viajero pone su mirada y la convierte en crónica. Pero, ¿y las personas que viven en esos lugares? ¿Cuántas anécdotas, luchas, saberes y sueños se esconden en esas vidas que cruzamos a veces durante solo un instante?


Una de mis partes favoritas de viajar es hablar con la gente. En ocasiones es con alguien que me ayuda con una dirección o me vende una fruta; otras, con quien me abre las puertas de su casa y me presenta a su familia. Me fascina esa cercanía inmediata que se crea en el viaje. El tiempo se vuelve distinto, la confianza se construye más rápido, y con ella, emergen relatos que no están en ninguna guía, ni aparecen en ningún blog.

Durante mis viajes, he conocido a personas que no solo me han ayudado, sino que me han contado historias que han despertado mi interés por otras, que me han conectado con nuevas personas y que, en definitiva, me han hecho aprender y crecer. A veces, una sola conversación ha abierto caminos que nunca habría imaginado.  


Cuando empecé este máster, mi mirada estaba puesta en un enfoque más temático, casi teórico. Quería hablar de turismo responsable, de sostenibilidad, de la transformación que viven ciertos pueblos cuando son visitados con una cámara en mano. Todo eso sigue allí, claro. Pero me he dado cuenta de algo importante, mi proyecto, más que hablar del destino, va a hablar de las personas que lo habitan.


No quiero quedarme solo en la observación. Quiero mirar, escuchar y dar voz. Quiero entender cómo ven el mundo los jóvenes del Valle del Omo, qué valoran de sus tradiciones los mayores, qué contradicciones sienten. No se trata solo de documentar un lugar, sino de acompañar una transición cultural y capturarla desde dentro.


Viajar sola con una libreta se ha vuelto una forma de entrenamiento. Estoy aprendiendo a preguntar mejor, a escuchar de verdad, a no llenar los silencios por ansiedad. Estoy dejando espacio para que el otro cuente su historia sin que yo quiera encajarla en mi guión.

Me emociona pensar que cada conversación puede ser un relato, que cada voz grabada puede transformarse en una ventana para quienes nunca pisarán ese lugar.


Supongo que ese es el tipo de periodista que quiero ser. La que se hace preguntas, que duda y que se incomoda si hace falta, pero que no deja de mirar con honestidad.

Este artículo forma parte de las prácticas realizadas por los alumnos del Máster en Periodismo de Viajes y Máster en Periodismo Gastronómico de la School of Travel Journalism.

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