Cuando el viaje termina, la basura permanece

Por Estefani Rodriguez

Tras fotografías idílicas de playas paradisíacas o de centros históricos abarrotados, permanece un problema que rara vez aparece en los folletos de promoción: la basura. Cada viajero genera residuos en forma de plásticos, envases, envoltorios y restos de comida que, multiplicados por la masificación turística, configuran un impacto ambiental de gran magnitud.

Aunque el concepto de “turismo sostenible” se repite como mantra en discursos oficiales y campañas de marketing, la realidad es que la huella de residuos sigue creciendo. Surge entonces una pregunta inevitable: ¿quién debe asumir la responsabilidad de este problema, los viajeros que consumen o los prestadores de servicios que lo facilitan?

Las cifras son alarmantes. Según un estudio del Instituto de Ciencia y Tecnología Ambientales de la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), el turismo recreativo en las islas del Mediterráneo es responsable del 80% de la basura marina. En lugares como Tailandia o Indonesia, varias playas han tenido que cerrar temporalmente por la acumulación de residuos generado en gran parte por la actividad turística; asimismo, los cruceros también producen toneladas de basura diaria.

El problema no radica solo en la cantidad de residuos, sino en la incapacidad de muchos destinos para gestionarlos de manera adecuada. La basura, invisibilizada en las campañas turísticas, se convierte en un coste que recae sobre comunidades locales, ecosistemas y servicios públicos. En este escenario, los prestadores de servicios tienen un papel central. Hoteles, aerolíneas y restaurantes construyen la experiencia turística, pero también fomentan prácticas poco sostenibles. El buffet libre en grandes resorts promueve el desperdicio de alimentos; los envases plásticos de un solo uso continúan dominando la oferta; y en muchos casos, no existen programas efectivos de reciclaje ni estrategias de reducción de residuos.

La contradicción es evidente: mientras promocionan experiencias “ecológicas” o “verdes”, externalizan el impacto ambiental a los entornos que los acogen. Sin embargo, hay ejemplos alentadores. Algunas cadenas hoteleras han implementado políticas “zero waste” y ciertos destinos europeos han introducido regulaciones estrictas que obligan a separar y reciclar residuos turísticos. Estas iniciativas demuestran que es posible avanzar hacia una gestión más responsable, aunque todavía son excepciones y no la norma.

La otra cara de la moneda corresponde a los viajeros. El turista promedio, incluso cuando se declara “consciente”, suele priorizar la comodidad sobre la sostenibilidad. Comprar botellas de agua desechables, dejar restos en playas o parques naturales, acumular envoltorios y souvenirs en envases plásticos son conductas habituales. El viajero tiende a pensar que la gestión de residuos no es su responsabilidad, sino tarea de los destinos y de sus gobiernos. Sin embargo, cada pequeña decisión de consumo contribuye al problema o a su solución. En contraposición, existe una corriente creciente de viajeros que exigen alojamientos sostenibles, llevan sus propias botellas reutilizables, evitan productos innecesarios y comparten buenas prácticas en redes sociales, ejerciendo presión para cambiar el modelo. El reto está en lograr que este perfil minoritario deje de ser la excepción y se convierta en el estándar.

La sostenibilidad, en este sentido, sólo puede lograrse desde la corresponsabilidad. Ni los turistas por sí solos, con su consumo responsable, ni los prestadores, con sus políticas ambientales, pueden revertir el problema si actúan de manera aislada. Es imprescindible una alianza que combine conciencia individual, coherencia empresarial y regulación pública.

Algunas ciudades ya cuentan con medidas que van en esa dirección: Ámsterdam cobra una tasa turística adicional destinada a la gestión de residuos, mientras que en Japón el reciclaje es obligatorio también para los visitantes. Esto ejemplos revelan que el turismo sostenible no se alcanza únicamente a través de campañas de sensibilización, sino mediante cambios estructurales que obliguen a todos los actores a comprometerse.

El turismo, al fin y al cabo, no es una actividad inocente. Genera riqueza, empleo y oportunidades, pero también deja tras de sí una estela de residuos que compromete la salud de comunidades y ecosistemas. Hablar de sostenibilidad sin abordar la gestión de basura es, en el mejor de los casos, un ejercicio de marketing vacío. La corresponsabilidad entre viajeros y prestadores de servicios no es un ideal retórico, sino una necesidad urgente.

Viajar, más que acumular recuerdos y fotografías, implica también reconocer las consecuencias de nuestras acciones. Tal vez la pregunta no sea quién es responsable de la basura del turismo, sino cuándo asumiremos de manera colectiva que esa basura, inevitablemente, también nos pertenece.

Este artículo forma parte de las prácticas realizadas por los alumnos del Máster en Periodismo de Viajes de la School of Travel Journalism.

Deja un comentario

Contacto

School of Travel Journalism

+34 623 98 10 11

hola@schooloftraveljournalism.com

Centro Colaborador de