Cuando la casualidad sucede: Lecciones de Hvar

Por Ingrid Julve

En la masterclass de narrativa de viajes con José Alejandro Adamuz, descubrí una idea que me acompañó semanas después, durante mis vacaciones en la isla de Hvar: “dejar que la casualidad suceda”. Una frase que podía hacer saltar las alarmas del orden mental, pero que en el terreno cobró todo su sentido. En un TFM (Trabajo Final de Máster) todo parece girar en torno al control. Planificamos las horas, buscamos en archivos, recopilamos fuentes, diseñamos esquemas y programamos entrevistas como si el resultado dependiera únicamente de la precisión con la que trazamos el camino. Pero, ¿qué ocurre cuando ese camino se abre a lo inesperado?

Llegué a la isla con mi cuaderno preparado: mapas, lecturas, referencias arqueológicas y un itinerario pensado al detalle. Sin embargo, muy pronto apareció un primer golpe de realidad. Mi investigación se sostenía en gran parte sobre hipótesis y esperaba encontrar más pruebas tangibles. Iba tan ceñida a mi misión que, al toparme con lo que yo pensaba eran problemas iniciales, entendí que debía dejar espacio para lo imprevisto. Y fue entonces cuando la casualidad empezó a suceder.

Me fui a Stari Grad buscando a Vilma, por recomendación de Doroteja – una guía turística licenciada en historia del arte – que había conocido en Hvar ciudad. Vilma trabaja en el Muzej Staroga Grada (Museo Arqueológico de Stari Grad) y me recibió con gran amabilidad. Fue ella quién me presentó a Marko, arqueólogo local que trabaja en el mismo museo, con quien tuve una enriquecedora conversación sobre aspectos de la isla que no estaban en los libros ni en los artículos académicos que había revisado. Su manera de hablar, sencilla y directa, me regaló piezas del puzle que hasta entonces no había conseguido encontrar. Fue ahí cuando comprendí que la información más valiosa a veces no está en los documentos, sino en las personas, y que la casualidad puede convertirse en un método de investigación en sí mismo.

Ese primer contacto con el territorio también reveló la dificultad más profunda de mi investigación: la ausencia. Muchos habitantes de Hvar ya no se reconocen en los mitos que la habitaron. La diosa Morana, las Vile o incluso los restos ocultos grecorromanos sobreviven apenas como notas al pie de un libro o símbolos arqueológicos desvinculados de la memoria viva. ¿Cómo narrar una ruta mitológica en un lugar que ha olvidado sus propios relatos?

Ahí fue donde las palabras de José Alejandro Adamuz resonaron con más fuerza. No se trata de forzar las fuentes ni de inventar conexiones, sino de estar disponible para lo inesperado. Dejar que un gesto, un rumor o una presentación inesperada completen aquello que la memoria colectiva ya no transmite de forma explícita. Un aprendizaje que conecta con lo que la UNESCO define como patrimonio cultural inmaterial, esa herencia que no se conserva en vitrinas, sino en prácticas vivas y en encuentros que solo se revelan si sabemos mirar.

De este viaje surge la brújula narrativa de mi proyecto: ¿puede el azar convertirse en herramienta de investigación para reconstruir la memoria mitológica de un territorio que la ha silenciado? Esa pregunta no elimina la necesidad de la planificación, pero me recuerda que el viaje y la escritura necesitan espacio para respirar.

Lo que experimenté en Hvar ha sido un aprendizaje clave: planificar es necesario, pero no suficiente. La masterclass de José Alejandro Adamuz no solo me inspiró en el aula; me dio permiso para confirmar, sobre el terreno, que lo imprevisto no es un obstáculo, sino parte del camino.

Este artículo forma parte de las prácticas realizadas por los alumnos del Máster en Periodismo de Viajes de la School of Travel Journalism.

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