Memoria, masa y migración: la carga cultural del babka en la modernidad

Por Samuel Bonastre Martín

Resistencia. Tradición. Adaptación. Si nos detenemos a pensar todas las capas de profundidad que el babka tiene, estas son, sin lugar a dudas, las tres más importantes. Sin duda alguna puedo decir con convencimiento que este ha sido el hallazgo más interesante de mi Proyecto de Fin de Máster (TFM).

¿Cuántas veces nos hemos dado cuenta de que las cosas que parecen más simples son las que tienen una cantidad de capas que encierran un significado subyacente mucho más complejo? La multiplicidad de símbolos asociados a lo largo de su historia hacen del babka no solo un simple pan de chocolate fruto del aprovechamiento, sino también un icono que pone en alza la identidad de un pueblo entero.

Este dato apareció hace no mucho en una de mis divagaciones mientras redactaba el que va a ser mi proyecto. En la búsqueda sobre la historia de las diferentes etnias dentro del pueblo judío y del cómo se propagaron por el mundo, la elaboración de este pan trenzado dulce, allí donde esas comunidades se encontraran hacía más que obvia su representación como símbolo de resistencia. Una resistencia al olvido, a dejar atrás quienes son.

Por otra parte, hablamos de tradición por un par de motivos bien claros. Primeramente, su nombre: babka proviene del polaco y significa ‘abuelita’ ; y el segundo, obviamente ligado a su significado: la transmisión de generación en generación a través de ellas. ¡Qué habría sido de tantas tradiciones de cualquier país sin la aclamada tradición oral inculcada por nuestras familias!

Y no podemos ignorar el hecho de que este icono se ha mantenido vivo por más de cien años por su adaptación constante a cada era y lugar en que fuese elaborado. Ya fuese en Europa o en Estados Unidos, donde su receta se vio enriquecida por nuevos ingredientes como la mantequilla o el chocolate que le proporcionaron una renovada reputación.

Este es el aspecto que considero más importante y en el que baso mi proyecto de fin de Máster: un pan dulce trenzado que tiene múltiples simbolismos asociados a él y ver cómo se adapta a la cosmopolita ciudad de Londres. Experimentar qué diferencias hay entre cada panadería que lo ofrece y la historia familiar que cuenta cada versión. La conjunción de los que son más tradicionales al lado de los más modernos, ya sean por sabores, texturas u olores que se nos antojan nuevos.

En definitiva, el babka trasciende su mera condición de producto gastronómico para erigirse como un vehículo cultural, un relato comestible de la memoria colectiva judía y su diáspora. En su masa se entrelazan siglos de desplazamientos, herencias y resignificaciones. Es, al mismo tiempo, un testimonio de resistencia frente al olvido, un homenaje a la tradición transmitida por generaciones —de abuelas a nietos, de hornos caseros a vitrinas urbanas— y una muestra de adaptación ante los vaivenes de la modernidad.

Analizar su evolución en una metrópolis como Londres no es solo observar cómo cambia una receta: es rastrear los modos en que una identidad se reconfigura sin perder su esencia, cómo la nostalgia y la innovación conviven en un mismo bocado. El babka, entonces, se convierte en un espejo de la experiencia migrante contemporánea: mutable pero reconocible, diverso pero fiel a su raíz. En su aparente sencillez reside la complejidad de la cultura misma, esa mezcla infinita de historia, territorio y memoria que, como el pan, se amasa con el tiempo.

Este artículo forma parte de las prácticas realizadas por los alumnos del Máster en Periodismo de Viajes y Máster en Periodismo Gastronómico de la School of Travel Journalism.

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