Por Ana Oubiña
Esta semana, más que quedarme con una sola clase, me quedo con una
sensación que atravesó todas: la de salir del lugar cómodo del contenido bien
hecho y empezar a pensar en cómo ese contenido vive, se mueve y llega a otros.
Porque si algo tuvieron en común todas las sesiones fue el enfoque en el
emprendimiento, entendido no como una salida empresarial fría, sino como una
forma activa y estratégica de sostener nuestras ideas, nuestras historias y —por
qué no— nuestra identidad profesional.

Hablamos de cómo llevar una idea desde un terreno casi ficticio a uno real. De
cómo diseñar estrategias para distribuir contenido valioso y relevante. Y, sobre
todo, de lo que implica tener que pensar en cómo nos damos a conocer. Cómo
llegamos al público. Cómo generamos una audiencia fiel que no solo consuma lo
que hacemos, sino que lo siga, lo recomiende, lo espere.
Para eso, decían los profesores, hay que tener claro qué vamos a ser y ofrecer. Y
ahí me empecé a llenar de preguntas:
¿Cómo se crea una marca personal sin sentirse artificial?
¿Qué significa hoy producir contenido realmente diferencial?
¿Cómo llego a mi público sin perderme en la selva de los algoritmos?
Me di cuenta de que, independientemente del medio en el que trabajemos —
revistas, redes sociales, newsletters, podcasts— la lógica es la misma: hay que
construir comunidad y generar vínculo. Y eso no se logra solo con buen contenido,
sino también con constancia, organización, conversación. Publicar con sentido y
con regularidad. Estar presente.
Cuando empecé este máster, mi idea del TFM era clara. Quería construir una
crónica con profundidad, con tiempo, con voces diversas. Lo que importaba era el
contenido, el enfoque, la veracidad. Todo lo demás —difusión, formato, redes— me
parecía accesorio, incluso una distracción. Pensaba que si lo que producía era
bueno, encontraría su lugar por sí solo.
Estas clases enfocadas al emprendimiento me hicieron entender que no alcanza
con hacer bien el trabajo, hay que pensar también cómo llega a otros. La
importancia de crear tu propia audiencia para que sea más fácil acceder a los
medios. Porque si nadie lo ve, lo escucha o lo lee, ¿cuánto impacto real puede
tener?
Empezamos a hablar de audiencia, de estrategia, de voz propia. Y empecé a
preguntarme:
¿Estoy escribiendo solo para mí o estoy intentando generar una conversación con
otros?
¿Conozco realmente a las personas a las que quiero llegar con mi proyecto?
¿Mi TFM podría tener más potencia si desde ahora empiezo a construir una
comunidad alrededor del tema?
Lo que más me chocó fue pensar en mí misma como una marca. Pero entendí que
no se trata de volverse un producto, sino de tener claridad sobre lo que uno hace,
por qué lo hace y cómo lo comunica. Porque si quiero sostener una carrera en esto
—y no depender siempre de una estructura externa— tengo que aprender a
posicionarme. Con autenticidad, sí. Pero con estrategia también.
¿Puede un periodista ser emprendedor sin traicionar sus principios?
¿Cómo se construye credibilidad sin caer en la banalidad del algoritmo?
¿Puedo transformar mi TFM en algo más que una entrega académica, quizás en
un primer paso de un proyecto real que trascienda el máster?
Empezaría a pensar desde ya en cómo acompañar el desarrollo de mi TFM con
una estrategia de comunicación paralela. No para “vender” mi trabajo, sino para
empezar a abrirlo, compartirlo, testearlo. Tal vez un espacio en redes donde ir
compartiendo fragmentos del proceso, entrevistas, datos que no entren en la pieza
final pero sí generen conversación. Algo que me permita crear comunidad en torno
a mi tema, pero también recibir feedback temprano, entender qué genera interés y
cómo eso puede retroalimentar la narrativa que estoy construyendo.
Este artículo forma parte de las prácticas realizadas por los alumnos del Máster en Periodismo de Viajes y Máster en Periodismo Gastronómico de la School of Travel Journalism.