Frases que nos marcan

Por Ingrid Julve

Rebuscando entre los arquetipos de Jung


“Para tener una propia voz y una narrativa debemos tener nuestro propio arquetipo. Les recomiendo que elijan 2 o 3 arquetipos”. Esa fue la frase con la que Diana Melo abrió la segunda clase de Gestión de redes sociales. Una frase que, sin parecerlo, se convirtió en un punto de inflexión.

Hasta entonces nunca habría pensado en mí misma en esos términos. Escuchaba los nombres – el sabio, el rebelde, el explorador, el héroe,… – y trataba de identificarme en alguno, sin lograr encajar del todo. Era como mirar un mapa lleno de caminos conocidos y no reconocer la propia ruta.

Diana nos explicó que los arquetipos son “una herramienta de manejo de comunidad muy poderosa”. Nos aportan una identidad digital que sirve para mostrar cómo miramos y contamos el mundo. Aún así, yo seguía sin encontrarme.

Hasta que reflexioné sobre el explorador. Esa palabra me llamó, pero no me cautivó por completo. Porque no me reconozco
en la imagen del explorador clásico: quien desafía los límites geográficos, quien busca el riesgo o el vértigo físico. Lo mío siempre ha tenido más que ver con la búsqueda interior, con la curiosidad por lo simbólico, con adentrarme en los paisajes que no se ven a primera vista.

Recuerdo que le pregunté a Diana si el explorador podía serlo en un sentido filosófico, si podía dedicarse a explorar culturas o ideas, como en mi Trabajo de Fin de Máster sobre la mitología en la isla de Hvar, Croacia. Y su respuesta me abrió las puertas:

Esa frase me dio permiso para seguir adelante. Porque comprendí que mi investigación – una ruta mitológica que recupera los vestigios de un legado casi invisible – también es una forma de exploración. No sólo de lugares, sino de memorias.

Desde ese momento, el arquetipo del explorador dejó de ser una etiqueta ajena y se convirtió en una guía. En mi TFM, busco las huellas de un pasado que apenas sobrevive en los nombres de los pueblos, en los rituales olvidados, en los ecos de una historia prácticamente olvidada. Exploro lo intangible: lo que no se toca, pero sigue respirando entre los libros, en el mar, en los mitos.

Y comprendí que una exploración cultural también es parte del periodismo: el intento por recuperar aquello de lo que ya no se habla. No todo viaje necesita coordenadas, ni todo viaje de descubrimiento necesita un mapa. A veces basta con una pregunta bien formulada para abrir una abrir una nueva manera de mirar.

Rebuscar entre arquetipos es, en el fondo, rebuscar en uno mismo. Entender que puedo ser exploradora sin tener que tirarme en paracaídas; que mi territorio es el de las historias. Cuando uno escribe sobre historia, hace que los demás viajen. Y eso es también otra forma de periodismo.

Por eso aquella clase sigue resonando. No porque cambiara mi destino, sino porque le dio estructura a lo que ya intuía: que mi trabajo – como periodista, como viajera y como narradora – no consiste en seguir al pie de la letra las definiciones sino a saber interpretarlas. Y ahí, entre lo que se ve, y lo que se intuye, he encontrado mi manera de contar el mundo.

Este artículo forma parte de las prácticas realizadas por los alumnos del Máster en Periodismo de Viajes de la School of Travel Journalism.

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