Por Èric Frigola
En la asignatura de Turismo y Marketing, aprendí que para que un proyecto turístico sea sostenible no basta con ofrecer productos atractivos: es fundamental involucrar a la comunidad local y construir un relato que tenga sentido tanto para quienes viven allí como para quienes visitan. Esta idea se reforzó durante las clases espejo con la Universidad Espíritu Santo de Ecuador, sobre turismo sostenible y presión turística, donde analizamos cómo el turismo impacta en las comunidades y cómo es posible crear modelos que respeten el entorno y los actores locales. Al unir estas dos perspectivas, me di cuenta de que, para mi TFM (Trabajo Final de Master), la clave, más allá de mostrar la gastronomía andorrana, es dar fuerza a los productores locales y a los restauradores que colaboran con ellos.
Andorra tiene un patrimonio gastronómico interesante, documentado en el Corpus de la gastronomía andorrana, con más de 400 recetas tradicionales recopiladas gracias al trabajo de investigadores y cocineros locales. Aún así, en 2017, el estudio Valorització del patrimoni gastronòmic viu d’Andorra, realizado por Diana Oliveira para el CRES (Centre de Recerca i Estudis Sociològics), advertía de las dificultades para identificar qué debía considerarse gastronomía tradicional del país. Entre los factores señalados estaban la elevada proporción de población inmigrante —menos vinculada a las recetas locales— y la percepción, en el momento de auge turístico, de que la cocina andorrana era pobre o de subsistencia frente a la mayor sofisticación de las cocinas vecinas. Las primeras conclusiones de aquel informe recogían la necesidad de sensibilizar a residentes, profesionales del sector y visitantes sobre el valor del patrimonio gastronómico andorrano.

Sin embargo, tener patrimonio no garantiza sostenibilidad. Eventos como el Andorra Taste, ya en su cuarta edición, y la Mostra Gastronòmica d’Ordino, con décadas de trayectoria, muestran que hay interés y público dispuesto a participar. Pero también están los retos: el cierre del gastro-bar Kanvium en agosto de 2025, dirigido por el chef y propietario Christian Sansa, ilustra las dificultades de quienes apuestan por producto local. Sansa señaló altos costes, competencia de franquicias más baratas y falta de apoyo a iniciativas que priorizan ingredientes de proximidad. Esto me llevó a reflexionar que, incluso con buena comida y tradición, sin un ecosistema que apoye a los locales, las iniciativas no pueden sostenerse.
Aplicando lo aprendido en clase, veo que la sostenibilidad y la participación local no son conceptos abstractos: definir quién forma parte del proyecto y cómo se articula su participación es clave. En el caso de la gastronomía andorrana, esto implica pensar en cómo productores y restauradores pueden colaborar, cómo se puede comunicar su trabajo y qué apoyos necesitan para que sus propuestas sean viables y valoradas. Mi TFM podría centrarse en explorar estas sinergias, identificar obstáculos y oportunidades, y proponer formas de reforzar la comunidad gastronómica.
A partir de estas reflexiones surge mi pregunta de investigación provisional:
> ¿Qué sinergias y barreras existen entre productores locales y restauradores que apuestan por producto autóctono en Andorra, y cómo podrían las estrategias de marketing sostenible contribuir a fortalecer su trabajo y visibilidad?
En conclusión, la asignatura de Turismo y Marketing y la experiencia con la UEES me han ayudado a dar un enfoque más concreto y responsable a mi proyecto. Ya no pienso solo en hacer atractiva la gastronomía andorrana para los turistas, sino en apoyar a quienes la mantienen viva, entendiendo sus desafíos y buscando maneras de que su trabajo se reconozca y se sostenga en el tiempo. Este aprendizaje me permite avanzar en la definición de mi TFM, aplicando los conceptos de sostenibilidad y participación local a un contexto real y cercano.
Este artículo forma parte de las prácticas realizadas por los alumnos del Máster en Periodismo Gastronómico de la School of Travel Journalism.