Por Èric Frigola
Hay clases que no se olvidan porque te enseñan algo nuevo, y otras que no se olvidan porque te recuerdan algo esencial que habías olvidado. El taller de storytelling de Cristina Arvelo fue una de esas clases. Curiosamente, al pensar en este ejercicio, no recordaba una frase concreta de aquel día. Lo que permanecía en mi memoria era la emoción general: la cercanía, la energía y la inspiración que dejó el taller. Volví a visualizar la clase, y entre las diapositivas encontré una frase que, en el fondo, resumía perfectamente esa experiencia: “Las personas no recordarán exactamente lo que dijiste, pero sí cómo las hiciste sentir”.
Me hizo gracia comprobar que esa misma frase explicaba por qué había decidido elegir esa clase. No recordaba las palabras exactas, pero sí la sensación que me había dejado. Y ahí estaba la lección: comunicar —ya sea a través de la palabra o de la cocina— va más allá de transmitir información, sino provocar una experiencia.
Elegí este taller porque me reconectó con el sentido más humano del acto de comunicar. A menudo, en el periodismo o la divulgación, se nos enseña a priorizar los datos, las fuentes, la estructura, la información pura y dura. Pero Cristina Arvelo nos invitó a recordar que detrás de cada historia hay una emoción, un tono, un pulso que le da vida. Lo mismo ocurre en la cocina: uno puede dominar la técnica, equilibrar sabores y lograr la textura perfecta, pero si el plato no transmite nada, si no despierta una emoción, algo esencial se pierde por el camino.

Esa frase me hizo repensar mi manera de abordar el periodismo gastronómico. Entendí que escribir sobre comida no consiste apenas en describir ingredientes o procesos, sino en traducir una experiencia sensorial en un relato que conecte con quien lee. En cierto modo, la frase de Cristina me ayudó a unir mis dos mundos —el de la comunicación y el de la cocina— bajo una misma premisa: comunicar es emocionar.
También me hizo pensar en el poder de la empatía como herramienta narrativa. Cuando una historia consigue que el lector o el oyente sienta algo, lo que en realidad hace es tender un puente emocional. Ese puente es lo que da sentido al trabajo de campo: escuchar de verdad, observar con curiosidad, dejar que la historia te atraviese antes de contarla. Como
cocinero, entiendo que las recetas más memorables suelen nacer de una conexión real con lo que las inspira: ya sea una experiencia, una sensación o un aprendizaje. Lo mismo sucede con el periodismo: solo cuando uno se implica, cuando se deja afectar por lo que observa, puede transmitir algo auténtico.
Esta reflexión se ha convertido en una guía para mi Trabajo de Fin de Máster. En mi proyecto, que explora la gastronomía andorrana y su papel en la construcción de una identidad turística y cultural, la frase de Cristina Arvelo me ayuda a mantener el foco. La premisa es que, además de informar, debo transmitir. Quiero que quien lo lea o lo escuche no solo entienda los datos sobre el desarrollo gastronómico del país, sino que sienta el paisaje, la temperatura, los aromas, las voces de quienes cocinan y trabajan la tierra.
Contar historias gastronómicas es, en el fondo, un acto de traducción emocional. Se trata de transformar lo que se vive con los sentidos en algo que despierte emociones en los demás. Y esa idea cobra aún más fuerza hoy, en un momento en que las redes se llenan de mensajes impersonales, creados en serie, a menudo casi indistinguibles entre sí. Frente a esa uniformidad, siento la necesidad de que mis contenidos conserven una voz humana. Aunque aspire a la rigurosidad y la profundidad, quiero que aparezca también mi voz, mis motivos, mis emociones. Que se note por qué hablo de un tema y transmitir esa pasión.
Quizás las personas no recuerden mis palabras exactas, ni las estadísticas o las citas que incluya. Pero si logro que recuerden lo que sintieron al conocer la historia de un queso de montaña, de un productor que resiste o de una receta que encierra una memoria colectiva, entonces sabré que habré contado bien la historia.
Este artículo forma parte de las prácticas realizadas por los alumnos del Máster en Periodismo Gastronómico de la School of Travel Journalism.
