Por Raquel Alcalde.
En el corazón del Atlántico, Madeira se alza como un paraíso natural de paisajes escarpados y una biodiversidad única. Earthcheck, la institución líder en certificación de sostenibilidad, ha estado reconociendo a Madeira con certificación de plata en gestión ambiental y turística durante varios años consecutivos, 2023 y 2024. Sin embargo, este reconocimiento no exime a la isla de los desafíos que enfrentan en la actualidad destinos turísticos de todo el mundo.

Desde que la Laurisilva, un bosque ancestral que cubre gran parte de la isla, fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 1999, este ha estado en el centro de los esfuerzos de conservación. La designación fue un motor clave para su creciente popularidad como destino turístico, aunque no fue la única causa, pues a partir de la década de 1960, se comenzaron a desarrollar infraestructuras turísticas más robustas y a promover activamente sus atractivos naturales contribuyendo en gran medida al crecimiento del turismo en la isla.
Atrás quedan los años en los que la agricultura era la principal forma de trabajo y fuente de ingresos de los madeirenses. El turismo se fue abriendo paso gradualmente en la economía de la isla, llegando a representar más del 28% del total del PIB. Sin embargo, como ocurre con todo, esto conlleva consecuencias, como la degradación del entorno, a pesar de la certificación de sostenibilidad, que se ha podido saber gracias a las políticas impuestas al turismo.
Restricciones, tasas, limitación de visitantes… Estas son algunas de las medidas adoptadas para proteger los frágiles ecosistemas de Madeira. Y es que donde antes había viñedos en terrazas, ahora se multiplican los miradores abarrotados de visitantes. Los bordados tradicionales, antaño una artesanía cuidadosamente elaborada, se convierten en souvenirs producidos en serie. Incluso la gastronomía local se adapta a los gustos foráneos.
Las autoridades insisten en que el equilibrio es posible. Sin embargo, los resultados son desiguales. Mientras el número de visitantes en áreas protegidas se estabiliza gracias a los límites, el turismo de lujo está creciendo sin una regulación clara. Los hoteles de 5 y 4 estrellas aumentaron en 2023 un 18% sus pernoctaciones frente a 2022 y el plan de ordenamiento territorial no limita la construcción hotelera en zonas costeras vulnerables.
Esta situación ha generado cierta inquietud entre la población local. De hecho, el 53,9% de los habitantes de la región autónoma de Madeira consideraron en 2024 que el flujo actual de turistas es muy alto. La presión turística no solo afecta al medio ambiente, sino también a la vida cotidiana de los residentes, que ven cómo su isla se transforma a un ritmo acelerado.
Madeira se encuentra así en una encrucijada. Por un lado, demuestran que la isla ha tomado conciencia de los riesgos del turismo masivo y de la necesidad de mantenerse como un destino sostenible. Por otro lado, la falta de regulaciones estrictas parecen revelar las contradicciones de un modelo que sigue priorizando el crecimiento económico sobre la capacidad de carga real del territorio.
El futuro de este archipiélago atlántico dependerá de su capacidad de audacia: desde imponer límites ecológicos vinculantes al sector del lujo, por ejemplo en términos de consumo de agua, hasta fomentar un turismo realmente regenerativo que repare los daños causados.
El desafío no es sencillo, se trata de dar un paso atrás para preservar la esencia de Madeira sin convertirla en un mero producto turístico, garantizando que este paraíso natural siga siendo, ante todo, un hogar para sus habitantes.
Este artículo forma parte de las prácticas realizadas por los alumnos del Máster en Periodismo de Viajes y Máster en Periodismo Gastronómico de la School of Travel Journalism.