Comer plenamente: cómo los cinco sentidos transforman tu relación con la comida

Aprender a comer con los cinco sentidos no es solo un ejercicio de atención plena: es una forma de volver a conectar con el acto más cotidiano y, a la vez, más profundo de nuestra vida. Observar, oler, tocar, escuchar y saborear lo que comemos puede cambiar no solo la manera en que nos alimentamos, sino también cómo nos sentimos en relación con la comida.

Esta práctica —más intuitiva de lo que parece— tiene beneficios reales: mejora la digestión, ayuda a identificar señales de saciedad y construye una relación más consciente con los alimentos. Aquí te contamos cómo activar cada sentido en el momento de comer.

La vista: el primer encuentro

Comemos con los ojos, aunque no nos demos cuenta. El color, la forma, el contraste de ingredientes o la manera en que está servido un plato generan una primera impresión poderosa. Esa impresión anticipa lo que viene: el cuerpo comienza a prepararse para digerir lo que ve, segregando saliva y activando procesos internos.

Además, la vista cumple un rol preventivo: un alimento que no luce bien puede advertirnos que algo no está en condiciones. Pero también despierta el placer: un plato visualmente armónico, colorido y cuidado genera una sensación de expectativa y placer incluso antes del primer bocado.

El olfato: el puente entre la memoria y el gusto

El aroma de un platillo activa recuerdos, sensaciones y emociones que muchas veces no podemos explicar. Antes de probarlo, ya sabemos si nos gusta o no, solo por lo que huele.

El olfato influye profundamente en cómo percibimos el sabor. Por eso, cuando estamos resfriados, todo parece insípido. Al inhalar el aroma de un guiso, una sopa o una fruta fresca, se activa una red de sensaciones que enriquecen la experiencia. También es un aliado para cuidar nuestra salud: un olor extraño puede advertirnos que algo no está en buen estado.

El tacto: texturas que cuentan historias

El tacto está presente en las manos al preparar la comida, pero también en la boca al masticar. Sentir una corteza crujiente, una crema suave o una legumbre al dente puede cambiar completamente la percepción de un alimento.

Las texturas aportan información clave: un pan recién horneado no solo se saborea, se siente. Amamos ciertos platos, muchas veces, no por su sabor, sino por cómo se sienten en la boca. Y al prepararlos con las manos, también se despierta una conexión más directa y emocional con lo que comemos.

El oído: el sentido que pocos notan

El sonido de un alimento al cortarse, al freírse o al romperse en la boca también forma parte de la experiencia. Escuchar el chisporroteo de una sartén o el crujido de una galleta activa la expectativa y aporta información que refuerza nuestra percepción de frescura o cocción.

Además, el ambiente sonoro influye en cómo comemos. Una comida en silencio o con música suave permite concentrarse más en los detalles sensoriales. En cambio, el ruido excesivo puede alterar la experiencia y llevarnos a comer más rápido o sin atención.

El gusto: mucho más que sabores

Finalmente, el gusto es el sentido que más directamente asociamos con comer, pero es mucho más que identificar si algo está dulce o salado. Es la interacción entre los sabores básicos —dulce, salado, ácido, amargo y umami— y la forma en que se combinan.

Un plato equilibrado estimula más de un sabor, y esa mezcla es la que deja una huella. Además, el gusto también cumple una función reguladora: nos indica cuándo estamos satisfechos, cuándo algo está demasiado intenso o cuándo necesitamos variar. Comer con atención permite detectar estas señales internas antes de llenarnos de más.

Comer con conciencia: un cambio simple y poderoso

Activar los cinco sentidos al comer no requiere tiempo extra ni rituales complejos. Solo presencia. Detenerse un momento antes de cada bocado, prestar atención a los aromas, masticar con calma, escuchar los sonidos del entorno, mirar con curiosidad y saborear con intención. Eso basta para transformar el acto de comer en una experiencia sensorial y emocional.

Este enfoque no solo mejora la relación con la comida. También puede ayudar a frenar la ansiedad, reconectar con el cuerpo y aprender a comer lo que de verdad nos hace bien.

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